Aylin Nemhaim.

La muchacha observó pensativa por la ventana, las tenues luces del atardecer iban atenuandose, mientras en la ciudad las luces iban encendiendose y el acostumbrado barullo diurno daba paso a la quietud de la noche.

Suspiró echando un vistazo a la puerta, esa noche necesitaba estar segura, era consciente del precio que había sobre su cabeza pero antes de ceder, quería dejar constancia de su vida. Por poco que fuera, necesitaba dejar una huella, algo que la recordara.

Sentandose ante la mesa observó la pluma, el tintero y los pergaminos que había conseguido recientemente. Sonrió debilmente recordando al tuerto, el único que se había preocupado por ella, a su manera.

Recordaba aún cuando empezó a enseñarla a escribir y a leer, las risas y la frustración de ambos. Cuando le enseñó que era mejor comer con cuchillo y tenedor que como una bruta, con las manos, cuando le mostró que podía ser más que un arma… y comportarse como una mujer.

Un quedo suspiro escapó de sus labios, otra de las cosas buenas que tenía en su vida y que había perdido. Kraut, el tuerto, un hombre terrible para algunos y que con ella se había comportado como un padre, estaba muerto. Ya no podría comprarle esos puros que le gustaban tanto y que eran solo una muestra de su cariño por el…

Con resolución apartó las lágrimas que se agolpaban en sus ojos tomando la pluma, inspirando comenzó a escribir con cuidado, tratando de hacer la mejor letra posible.

«Me llamo Aylin Nemhaim y a lo largo de estas líneas quiero contar mi historia. Puede que para no sea interesante y sea una desconocida, pero si estás leyendo esto por favor, no rompas mi legado. Si tienes esto en tus manos llevalo a la Dama Misteriosa, dáselo a Quincy Cuberteria y el te recompensará. Comencemos.

Nunca supe quienes fueron mis padres, por desgracia era aun muy pequeña cuando me vendieron al Club de Lucha de Bizmo. Tenía unos cinco años más o menos, aún hoy no estoy segura de mi edad.

Recuerdo el miedo y la confusión que me acompañaron a lo largo de los años, mientras era entrenada desde el primer momento para fortalecer mis músculos, para acatar las órdenes sin rechistar. Muchos de mis compañeros fallecieron en el camino, otros fueron vendidos más tarde, nunca sabías que podía ocurrir al dia siguiente por lo que aprendimos a sobrevivir, sin esperanzas.

Los días pasaban y poco a poco fuimos orientados a un camino u otro. Servir mesas, convertirte en poco más que una esclavo solícito para atender las pretensiones de los clientes o forjarte como gladiador.

Compartía lecho con otra muchacha de dieciséis años, era la que me consolaba cuando caía rendida entre sollozos, sin comprender por qué había sido abandonada o la crueldad a la que nos sometían. Erika con sus cabellos rojos como la sangre, ojos verdes como la hierba y un rostro angelical lleno de pecas, fue como una hermana para mi. Haciamos todo juntas, nos cuidabamos la una a la otra y en ese cruel mundillo, era como un remanso de felicidad. Hasta que la rompieron.

Un día al volver a la habitación no estaba, no la había visto desde que nos separaron por la mañana pero era lo habitual. Yo entrenaba para la lucha, ella tenía un futuro diferente, debido a su belleza era de las que en un principio creíamos que eran privilegiadas, dado que no tenían que someterse a entrenamientos tan duros. Su formación iba destinada a aprender a tocar todo tipo de instrumentos, a bailar y aprender las bases del protocolo que debía seguir una acompañante, como me explicaba. Esa noche cuando volvió con la ropa ajada y lágrimas en los ojos no comprendí que la había perdido. Intenté abrazarla como otras veces, pero simplemente me apartó, no me dirigió la palabra más, se alejó de mi como si yo no existiera. Fue entonces cuando vi por primera vez la muerte en su mirada. Días mas tarde desperté y encontre su frío cuerpo en el lecho ensangrentado, había conseguido hurtar un cuchillo y cuando todos dormíamos se había abierto las venas de la muñeca. Sea lo que sea lo que la hicieron, consiguieron apagar la única luz que tenía en ese mundo. No la perdone entonces, más… ahora al final la comprendo.

A los ocho años ya sabía que no quería ser una esclava más, no quería un futuro como el de Erika, un fantasma viviente sin brillo en los ojos, con la desesperanza emanando de cada uno de tus poros. Quería otro futuro para mí, debía luchar y sobreponerme, aunque significara pisotear al resto o no tener amigos.

Me entrené, luché y dí lo máximo durante los siguientes diez años, convirtiendome en una de las mejores gladiadoras de la arena. Coseché exitos y beneficios, podía incluso tener un esclavo para satisfacer mis necesidades pero a lo largo de todos esos años permanecí sola. No quería debilidades, sabía que mis otros compañeros se encariñaban de sus esclavos y eso los hacía debiles. Ahora, mirando atrás, no estoy orgullosa de mi pasado pero logré sobrevivir.

Nunca he dejado de luchar, siempre he buscado la manera de mantenerme fuerte, poniendome metas. Una de ellas era la libertad. Si conseguía ganar los suficientes combates, y conseguía pagar la deuda que tenia con Bizmo, podría optar a la libertad. Seguiría siendo gladiadora por supuesto, no conocía otra cosa, pero lo haría porque quería no porque me obligaran.

Más en este mundo de luchas, un día estás en la cima y al siguiente has perdido todos tus privilegios. Eso es lo que me ocurrió.

Había salido herida de mi último enfrentamiento pero no quise dar muestras de debilidad, por aquel entonces todos y cada uno de mis compañeros me odiaban.  Además si tenían que tratarte, eso añadía un precio que debías pagar y por lo tanto aumentaban los años de permanencia en el Club. Por lo que me vendé como pude y seguí adelante, pero como es lógico, las heridas se infectaron y pronto se cobraron su precio.

Esa noche tenía un combate importante, no sólo me jugaba mi libertad sino que la credibilidad y fama de Bizmo se ponían en juego, esa noche era especial puesto que se habían abierto las puertas a los aventureros para que lucharan en combate contra los mejores gladiadores del Club.

Si los gladiadores ganabamos seriamos recompensados con la libertad, si perdíamos… los aventureros conseguirían una importante suma de dinero que caería sobre nuestros hombros aumentando la deuda con Bizmo.

Debía ganar, a toda costa. Y lo intenté, tras tres combates pensaba que ya podía saborear las mieles del éxito, pero… no contaba con esa mujer.

Números Pfeiffer me observaba con sus ojillos fríos y calculadores, susurrando al jefe mientras peleaba. Hasta Pete, «el arrogante» ese maldito huargen entrometido me animaba. Todo parecía jugar a mi favor.

La última de mis contrincantes era una mujer menuda, delgada y tuerta. Sonreí creyendo que eso me daría ventaja, pero al contrario. Era pura fachada. Acostumbrada a luchar contra huargen en su forma de lobo, no supuse que fuera uno, la maldita me engañó. Sus cabellos rojizos y su ojo verde me recordaron por un instante a Erika, quizás debí pensar que era una premonición pero a esas alturas sólo quería acabar de una vez y poder salir a respirar aire fresco por lo que cuando la vi armada solo con dos pequeñas dagas saboree internamente la victoria.

Yo jugaba con ventaja, era más alta, más fuerte y estaba entrenada para la lucha, iba armada con dos cimitarras y una coraza de cuero tachonado impenetrable. Me confié.

Fue una lucha sin cuartel, se movía con suma agilidad atacando a mis puntos flacos con rapidez. Durante un buen rato estuvimos a la par, pero pronto la pierna izquierda empezó a palpitar, las heridas empezaban a hacer mella en mi resistencia por lo que tardaba en moverme. Por el brillo de su mirada supe que se sabía vencedora.

Luché fintando y lanzando estocadas intentando acorralarla contra la esquina para darle la estocada final, pero cada vez que parecía que la tenía se revolvía fintando o rodando poniendose a mi espalda. Me sentía torpe y cada vez más desesperada. Todos mis planes parecían difuminarse entre jadeo y jadeo.

Finalmente se cobró la primera sangre reabríendome la herida de la pierna, las voces de los espectadores se alzaban jaleandonos pidiendo más sangre. Yo apenas conseguía mantener la respiracion para aquel entonces mientras que mi contrincante seguía atacando y retirandose, cansandome más y más, abriendome tajos en brazos y piernas hasta que tuve que tirar una de las cimitarras para poder sostenerla con ambas manos.

En un determinado momento miré por el rabillo del ojo a Números y se me calló el alma a los pies, su sonrisa cruel se amplió mientras su pulgar se alzaba para tornarse boca abajo. Estaba condenada y lo sabía, el muy cabrón.

Intentando hacer acopio de todas mis fuerzas grité abalanzándome contra la mujer, traté de golpearla con mi cuerpo para una vez desestabilizada darle un golpe con la empuñadura y noquearla. Era o todo o nada… Pero fui lenta, demasiado. El tiempo pareció detenerse mientras veía como se hacía a un lado lo suficiente para esquivar el ataque y colocandose a mi lado me apuñaló con las dagas en el costado, no acertó ningún punto vital pero el dolor fue suficiente para que cayera de rodillas perdiendo el arma.

Jadeando de rodillas espere a que diera la estocada final, el silencio se había extendido por la zona. Entonces la escuché.

-¿Esta es la mejor gladiadora que tienes Bizmo? Creo que me debes algo.. otra vez.

El aplauso de los presentes se alzó por encima del barullo de murmullos y gritos de victoria, inspirando alcé la vista hacia Bizmo, estaba dispuesta a morir si así lo decidían, es más prefería morir a que me dejara con vida. Pero Bizmo solo me dirigió una mirada de decepción y aburrimiento antes de volver la atención a la luchadora.

-Por supuesto querida, estaba seguro de que ganarías, por algo eres la reina de los bajos fondos… Beretta.

Parpadeé confusa, ¿quien demonios era aquella mujer? Me giré hacia ella y por primera vez supliqué.

-Acaba lo que empezaste… no me dejes así.

Ella me miró curiosa un instante, pensativa después.

-¿Acabar contigo? No… puede que seas util más adelante pequeña.

Y sin más se dirigió a la sala vip, donde seguramente hablaría del premio con Bizmo. Mientras tanto el jefe de gladiadores me agarró del brazo y sin mucho miramiento me arrastró fuera de la arena, mascullando para sí.

-Pensaba que tu lo lograrias niña… ¡maldita cría!

Apenas comprendía lo que ocurría, habia perdido la pelea pero parecía que era algo usual, ¿entonces por qué demonios nos entrenaban? ¿Por qué nos animaban con la posibilidad de liberarnos si no había escapatoria?

Finalmente el dolor y el cansancio pudo conmigo, cuando me tiró como un saco sobre el lecho para ser atendida por las heridas me desmayé.

Pasaron varios dias mientras luchaba con la infección debilitándome en el proceso, para cuando pude volver a tenerme en pie sabía que mis dias como gladiadora estaban acabados. Esa noche dos mujeres me llevaron hasta los baños donde me frotaron con agua y sales espumosas, limpiando todo rastro de roña y era mucha, dado que pocas veces podíamos disfrutar de un baño.

Una vez limpia me vistieron con una tela suave como nunca antes había llevado, casi trasparente y me maquillaron concienzudamente. Ni una palabra salía de sus labios, pero las miradas de tristeza que intercambiaban me hicieron sentir mayor pánico que si me hubiera tenido que enfrentar al Rey Kulaka, ese demosaurio era practicamente imposible de vencer.

Después me llevaron a una habitación donde una enorme cama ocupaba casi todo el sitio, decorada ricamente con sabanas rojizas y bordados dorados, un mueble bar donde varias botellas de apariencia cara reposaban y cojines esparcidos alrededor. Nunca había estado en un sitio así y menos me esperaba encontrar alli a «Numeros» Pfeiffer, este me miro con tal lascivia que me hizo sentir incómoda.

-Vaya… quien iba a imaginar que tras esas greñas había una mujer – Me limité a permanecer en silencio mientras caminaba a mi alrededor rozando levemente mi piel con sus dedos que me parecieron tan repugnantes como gusanos- Has fallado a tu señor, por lo que tu deuda se ha aumentado. Es una lástima, si lo hubieras hecho bien ahora mismo serías dueña de tu vida. ¿Como te sientes al ser la única culpable de tu destino?-

Le miré friamente, sabía que queria hacerme daño, ponerme a prueba pero creía que si permanecía fuerte podría volver a la arena.

-Tsk… eres callada. Eso le gustará. Bueno chica, al menos estás de suerte. Dado que aún no has sido mancillada buena parte de tu deuda se saldará esta noche, así que hazme un favor – sus manos agarraron mi barbilla sin miramientos haciendo que le mirara a los ojos- No la cagues. Se dulce y disfruta querida.-

Salió de la estancia dejandome sola en la habitación, inquieta busqué una salida, pero la única puerta era por la que había salido ese engendro. Nerviosa me paseé por el cuarto envolviendo mi cuerpo con los brazos, angustiada.

La puerta volvió a abrirse y una doncella de cabellos azabaches se acercó a mi con una taza en las manos. Mirandome con tristeza me susurró.

-Tomatelo… hará más fácil las cosas.

-¿Que es? ¿Que va a pasar?…- No reconocí mi voz, por primera vez en mucho tiempo estaba asustada.

– Lo sabes… hazlo por favor… antes de que vuelva.- Asentí tomando la taza y bebiendome el contenido de un trago, ella asintió tomandome de la mano dirigiendome a la cama, allí me ayudó a sentarme. – Lo siento…

La miré confusa y algo mareada, al parecer el mejunje empalagoso era de rápida acción porque ya empezaba a sentirme como si flotara, apenas fui consciente de que se marchaba tan solo de lo brillante que me parecían las llamas de la chimenea.

Una voz me sacó de mi trance y al volver la vista lo vi…

– Vaya… toda una belleza… he pagado mucho por tí niña, solo espero que lo merezcas.

Su papada tembló al tiempo que hablaba mientra sus gordinflones dedos llenos de anillos desabrochaban su cinto. Tan sólo sus decorados zapatos debían valer más que toda la deuda que podría tener sobre sus hombros. A pesar de que me hubiera gustado apartarme de el, la pócima de esa mujer me había dejado adormilada, apenas respondí cuando me acarició con sus grasientos dedos el rostro. Sus labios descendieron besando los mios con lascivia y dureza, introduciendo su lengua rechoncha en mi boca jugueteando en mi interior sin pudor. Asqueada cerré los ojos cuando apartó la boca para seguir esparciendo su saliva libidinosa por mis mejillas. Su respiración se aceleró mientras tiraba de mi incorporandome, rasgando las telas que me cubrían sin miramiento, manoseando mi piel como las larvas de gusano frías e insensibles como gusanos sobre un cadaver descompuesto.

Aún hoy me es dificil recordar lo que aconteció después, su voz jadeante sigue despertandome en mis peores pesadillas, mientra siento como me posee indefensa.

Cuando todo terminó se incorporó pavoneandose por la habitación hasta el mueble bar, sirviendose una copa mientras me observaba, desecha por dentro en la cama.

La noche fue larga y fueron varias veces las que me poseyó, obligandome a hacer cosas que nunca volvería hacer, ultrajando mi cuerpo de todas las maneras posibles.

Finalmente se dió por satisfecho, apartandose mientras se volvía a vestir. Sonriendo con crueldad sacó una dorada de su cinto tirandola sobre la cama.

– Que no se diga que no soy dadivoso, deberías estar agradecida de que fuera yo el que pujara más alto. El otro, seguro que te habría destrozado.

Riendose de su propia gracia salio del cuarto dejandome sola. No pude reaccionar, me dolía todo el cuerpo… un dolor peor que el de las heridas sufridas en combate. La muchacha de cabellos azabaches volvió a entrar pasados unos minutos para cubrirme con una manta mientras me ayudaba a caminar, mis piernas temblorosas apenas me sostenían mientras la sangre manchaba mis muslos. Lentamente con dulzura casi me llevó hasta un cuarto mas pequeño, donde varias muchachas me ayudaron a introducirme en una bañera de agua caliente. Me hicieron beber nuevamente una infusión que adormecería mi dolor y mi mente. Me consolaron cuando me recompuse del shock y las silenciosas lagrimas brotaron sin control de mis ojos, me abrazaron y acunaron hasta que me dormí, como si fueran mis hermanas.

Ese día comprendí lo que había llevado a Erika a poner fin a su vida. La admiré por ello, era más valiente de lo que sería yo en mi vida.

Mientras me recuperaba la muchacha de cabellos azabaches me tomó bajo su protección, enseñandome lo necesario para mi nuevo rol en ese mundo. Empecé a trabajar como camarera primero, siendo reclamada varias veces como acompañante, para satisfacer los deseos libidinosos de los clientes, sintiendome cada vez más muerta por dentro, deseando tener las fuerzas suficientes para acabar con mi vida.

Y un dia… apareció él. Fui a atender una mesa, llevando un whisky de treinta años envejecido en roble en vaso ancho de cristal gilneano y al dejar el pedido sobre la mesa escuche su voz por primera vez. El hombre tenia cabellos oscuros, el único ojo de un color gris como el acero y una barba cuidada que rodeaba sus atractivos rasgos, mientras el impoluto traje le daba un aspecto que resultaba chocante en ese lugar.

-Vaya, estás hecha una mierda. No sé que ve la jefa en ti, pero hoy te vienes conmigo.

Le miré perpleja, sin saber que responder. Eso era algo nuevo… no podía sacarme de allí sin más, habia unas reglas… un precio que pagar.

-¿Se te ha comido la lengua el gato o eres muda? –

Negué con la cabeza mirando con temor hacia el ventanal del despacho de Bizmo.

-No… pero… el precio…

-Está todo arreglado. Vamos, ¿tienes que recoger algo? Soy un hombre ocupado, ya pierdo bastante tiempo haciendo de niñera con esto como para tener que explicarte todo.

Asenti sin titubear, sintiendo que la esperanza largo tiempo olvidada volvía a brillar como un fuego en mi interior. Sin mediar palabra deje la bandeja y le seguí sin mirar atras. A pesar de que me hubiera gustado despedirme de Shabela, la chica de oscuros cabellos, no podia dejar pasar la oportunidad.

Caminaron por las calles en silencio, siguiendo al hombre que de cuando en cuando echaba caladas al apestoso puro mientras observaba su alrededor vigilante.

Finalmente llegaron a una casa cercana al puerto, el hombre dio dos toques en la puerta resoplando mientras la miraba de arriba a abajo con una leve mueca de desdén. Pasados unos minutos una joven de cabellos rojos abrio la puerta sobresaltando al hombre con un abrazo.

-¡Kraut! ¡Qué alegria verte!- el hombre palmeo con suavidad el hombro de la joven para apartarla después para sacudirse las ropas con el ceño fruncido.

-Cuantas veces te he dicho que odio que hagas eso, me vas a estropear el traje.

– Lo sé, por eso sigo haciendolo- La muchacha rió jovial mientras el la miraba fríamente, parecia que estuviera calculando lo que supondría acabar con la molestia de una vez por todas. Pero finalmente me señaló con el puro

-La está esperando. Dile que no soy el chico de los recados, ahora si me disculpas, tengo una morena que ver.

-¡Ah! Claro… dale recuerdos a Glelith y deja de fumar esa porquería…- la muchacha hizo un pequeño puchero con los labios, ante lo cual el hombre sonrió dando una profunda calada antes de soltar el humo en el rostro de esta.-

-A más ver, pelirrojas.- Despidiendose siguió su camino dejandome a solas con la chica que me miraba sonriente.

-Hola. Soy Adryan, ¿como te llamas?

-A…Aylin.- logre farfullar aun sorprendida ante la escena.

-¿Ahaylin o Aylin?-

-Aylin.

-Perfecto, venga sigueme… madre del amor hermoso ¿de donde vienes? Parece que te haya pasado una manada de elekks por encima… te llevo a ver a la jefa y mientras ire a buscar algo que puedas ponerte…-su parloteo incesante me produjo la misma intranquilidad que el recorrer los pasillos de esa casa, las paredes desnudas y la sobriedad de la decoración me recordaban a la zona de los luchadores del Club. Finalmente llegamos a una puerta donde la chica se detuvo abriendo la puerta para asomar la cabeza mientras anunciaba mi llegada, después la abrió de par en par invitandome a pasar, cosa que hice aun sorprendida por la situación. Sólo cuando se cerró la puerta tras de mi fijé la mirada en la figura que permanecia recostada contra la silla del despacho, fumando con parsimonia. En ese instante sentí como la sangre se agolpaba en mis mejillas, mi primer impulso fue intentar abalanzarme sobre ella para acabar con su vida pero su fría voz me paralizo.

-Quieta. Acabo de sacarte de ese lugar, ¿de verdad quieres volver tan pronto?- Con parsimonia dejó caer la ceniza del cigarro en el cenicero, ladeando la cabeza para observarme con su inmisericorde mirada verdosa.

-Tú…- mi voz salio cargada de odio, era la mujer que me había arruinado la vida… mi oportunidad de ser libre; allí estaba, sentada ante mi, sonriendo con inocencia, como una maldita beata de la Luz.

-Sí, la misma. Veo que no estaba equivocada… aún te queda un poco de espíritu ahi dentro.- me señaló con un dedo mientras se incorporaba para acercarse a mi, apoyando la cadera en el despacho.- Esto es lo que haremos. Te he visto luchar y me entristece ver como se desperdicia un talento como el tuyo, así que he comprado tu deuda. ¿sabes lo que significa?

-Sí, que ahora soy tu esclava- murmuré a regañadientes, apenas conteniendome para golpearla.

-No, esclava no. -Su mirada se endureció por unos momentos mirandome de arriba a abajo- Quiero que me sirvas, pero como una mujer libre. Normalmente a mis muchachos les pago un sueldo, en tu caso, te quitare una parte de este hasta que pagues la deuda. De esa manera saldremos ambas beneficiadas.

Súbitamente sentí como mi odio se desvanecía al escucharla… ¿una mujer libre? Confundida traté de descrifrar donde estaba la trampa.

– ¿Qué ganas con esto? No soy nada, no me conoces… ¿por qué?

-Te equivocas, gano mucho. Gano una luchadora experta que será mi guardaespaldas y no te ofendas, pero te conozco bien. No eres la primera en ser vendida ni en ser esclavizada ¿sabes?- Algo en la forma en que lo dijo me hizo observarla desde otra perspectiva, ¿acaso esta mujer fría e inmisericorde había sufrido lo mismo que yo? La observé asintiendo una sola vez, dispuesta a escuchar.- Bien, veo que nos entendemos. A partir de ahora entras a formar parte de la organización, tendrás un sueldo como he dicho además de los beneficios que disfrutan los demás, como es un lugar para vivir, atención médica, recursos, entrenamiento y lo que necesites. Por tu parte tan sólo quiero lealtad. – Sentandose nuevamente me miró seria- Comprende que esa lealtad no es solo atender a mis órdenes y estar disponible para los trabajos que te encargue, sino que cualquier daño que hagas contra la organización o los propios miembros de la misma será castigada, si hablas más de la cuenta, si nos traicionas… yo misma te mataré. ¿Entendido?-

Asentí sin dudar, no me quedaba otra y entendía perfectamente lo que suponía.

-Bien, ahora… Adryan se ocupará de ti, puedes retirarte y niña…- la observé detenidamente sin atreverme a hablar o moverme del sitio- No hagas que me arrepienta.- Cuando me señaló la puerta asentí nuevamente saliendo del despacho.

Nunca estaré lo suficientemente agradecida a Beretta por sacarme de mi antigua vida y darme una oportunidad. A lo largo de los siguientes años he vivido lo que podría ser una vida digna. He conocido personas maravillosas , a respetar a unos y otros y a respetarme a mí misma y he aprendido a amar.

Kraut, Glelith, Adryan, Hans, Hela… todos ellos personas que en nuestro mundo son considerados peligrosos, gente de malvivir, mercenarios en ocasiones… pero con más honor que muchas de las personas que he conocido fuera de nuestra organización. Se han convertido en mi familia, en gente a la que aprecio y en la que confío.

Por más que muchos nos consideren meros criminales… no puedo sino sonreír pues apenas nos conocen, algo que en nuestro mundo viene bien.

Han pasado años desde que me enamoré por primera vez, ella se llamaba Sarah, una noble cuya herencia servía a los propósitos de la organización. Recuerdo sus cabellos rubios, sus ojos azules y su tez pálida como la nieve…recuerdo el sonido de su voz, sus caricias y como me hizo sentir. Creía que de veras estaba enamorada de mí, pero comprendí más tarde que tan solo era una conquista más, jugó conmigo hasta que dejé de ser la muchacha hombruna que la seguía como un cachorrillo. Fue gracias a Glelith que superé ese bache en el camino, fue gracias a su consejo y su cariño que aprendí a respetarme y tener la fuerza para terminar con esa relación funesta. No volvería a dejarme usar como un objeto.

Glelith, la esposa de Kraut, una maga talentosa con gran corazón pese a que muchos la denominaban la «reina de hielo». Ella pagó mi deuda, liberandome de mi compromiso con Beretta. Pero aun así, seguí en la organización porque me habían dado muchísimo más de lo que podría comprarse con dinero.

Incluso llegué a apreciar a Beretta, esa mujer de mente fría supo conquistar mi corazón con su manera de preocuparse por todos nosotros. A lo largo de los años he ido desentrañando su historia, sé que ha sufrido como nosotros, sé que es una mujer cuyo carácter se ha forjado a base de sangre vertida. Pocos conocen su secreto y saben su debilidad, soy una de las afortunadas y por ello… ahora que no me queda razón alguna para seguir, es a quien he decidido recurrir.

Pero para llegar a este punto debo narrar los hechos que me han llevado hasta este punto.

Todo empezó hace un par de años, cuando conocí a un caballero gilneano de oscuros cabellos y modales regios. Fuerte y confiado, con un toque salvaje que me atraía como una polilla a la llama y a la vez a su manera dulce en la intimidad.

Duncan Thausam… mi amor. El único al que he querido y por quien me he sentido querida, sin obligaciones ni dudas…

Le conocí cuando le llevé un engargo de Beretta, en su forja. La primera vez que le ví estaba sudoroso, dando forma a una espada en el yunque de su herrería. Debo decir, que hacía tiempo que me había entregado a los placeres de yacer con hombres y mujeres indistintamente, para aliviar mi soledad durante unos instantes.

Creo que permanecí unos minutos en silencio observando como se flexionaban sus músculos mientras trabajaba el acero al rojo vivo antes de que su mirada se clavara en mi, por entre el vaho de la hoja al ser templada en la fría agua. Creo que esbozó una confiada sonrisa consciente de su atractivo antes de apartarse del yunque y caminar hacia mi con parsimonia.

Le entregué las armas que debían ser arregladas indicandole la procedencia a lo que repuso inclinando la cabeza mientras comenzabamos a charlar casualmente, no se cómo salí de la herrería con una cita.

Creo que Glelith no se ha reido más que conmigo aquella tarde, insegura sin entender el motivo le conté lo que había pasado nerviosa por no tener nada decente que ponerme. Finalmente acepté su consejo: «Si te ha pedido salir con esa ropa es que no necesitas arreglarte para llamar su atención, eres guapa aunque lo niegues Aylin, disfruta y dejate llevar»

Nunca he dado las gracias a Kraut lo suficiente por enseñarme a refinar mis modales y aprender a comportarme como una mujer civilizada, hasta esa noche. Disfruté por primera vez con la conversación, la cena era esquisita, las estrellas tililaban en el cielo nocturno mientras la suave brisa traía aromas a mar.

Una vez terminamos de cenar se empeñó en acompañarme a la casa que Beretta me había cedido para vivir, quedandonos en el porche hablando hasta que las luces del alba comenzaron a brillar.

Se despidió con caballerosidad, como si fuera una dama… algo a lo que no estaba acostumbrada y… me sentí bien.

Pasó mucho tiempo hasta que nuestras conversaciones vanales dieron paso a que hablaramos de corazón a corazón, sin muros entremedias. Ambos somos seres solitarios y nos cuesta confiar en los demás, apartar la máscara con que nos cubrimos diariamente para alejar a los demás.

Con el descubrí por primera vez mi verdadero ser, no me averguenzo ya de mi feminidad… ya no la considero una debilidad, sino todo lo contrario. Disfrutaba robándole el aliento al llevar modelitos atrevidos, disfrutaba entrenando con el y ganando los duelos a espada, disfrutaba aprendiendo de el pues es más culto que yo. Disfruto con sus caricias y sus besos, disfrutaba con nuestros susurros acurrucados bajo las sabanas hablando del futuro…

Hasta que todo se torció.

La primera vez que desapareció creí que había muerto, le busqué y traté de dar con el incluso pidiendo favores a Beretta… Al final volvió y pasé mucho tiempo enfadada con el, molesta porque me apartara.

Pero, le quiero… Le perdoné la ausencia y mi corazon casi estalla cuando me pidió en matrimonio. Sí, parece mentira pero hasta una ex gladiadora como yo tiene derecho a un final feliz; o al menos eso pensaba en su momento.

Después llegaron los demonios poniendo el mundo patas arriba. Beretta nos reunió y habló con nosotros sobre el futuro, teniamos dos opciones: unirnos a la lucha aunque era algo dificil puesto que la mayoría somos vistos como criminales o escapar y escondernos en un remoto lugar donde aseguraba que estaríamos a salvo hasta que el ejercito de la alianza acabara con la amenaza.

Muchos aceptaron huir con ella, buscar refugio puesto que no le debian nada a nadie. Siempre nos habían considerado gentuza, ¿por qué deberiamos dar nuestra vida por los demás?

Nuevamente Kraut, Hans y los demás me dieron una lección, no lo hacian por los demás… lo hacian por ellos. Por sus hijos, en este caso la pequeña Julie fruto del matrimonio de Kraut con Glelith, por su sentido del deber en caso de Hans, por camadería en caso de Hela (Siempre sospeche que estaba enamorada de Kraut, allá donde iba él, ella le seguía)…

Adryan, Akashla y yo decidimos quedarnos con Beretta, las tres sabíamos el verdadero motivo a pesar de que no se lo pudieramos contar a los demás. Creo que fueron los momentos más duros, despedirnos sin saber si nos volveríamos a ver.

Cada uno siguió su camino a partir de ese día… aunque yo fallé a Beretta. No la acompañé como habria sido mi obligación, rompí mi promesa por Duncan… Le seguí a las Islas Abruptas.

Finalmente le encontré y durante algunos días permanecimos juntos, luchando codo con codo como habría querido hacer desde el primer día. Le hice prometer que no volveríamos a separarnos, mi vida estaba ligada a la suya no había vuelta de hoja.

Y entonces sufrimos un ataque del que casi no salimos con vida, caí muy herida pero gracias a los dioses nos encontraron y nos llevaron a un hospital de campaña de la Alianza para que nos recuperaramos. Él había sufrido heridas leves, pero a mi me habían dejado imposibilitada por semanas.

No se que le impulsaba a seguir, pero era más fuerte que la preocupación por mí. Por su amor por mí. Observé como me daba la espalda y me dejaba nuevamente atrás, mientras algo en mi interior se rompía.

Cuando me recuperé lo suficiente volví a ponerme en marcha, tras su pista, pensaba encontrarle y plantearle un ultimatum. O estabamos juntos a las buenas y las malas o cada uno seguía su camino, no podía seguir corriendo tras el… aplazando mi vida en su búsqueda. Por más que me doliera, si no me quería lo suficiente para permanecer a mi lado, para esperarme… debía cortar y seguir con mi vida, si es que me quedaban fuerzas para ello.

Allí me encontré con su hermano Oliver y una sacerdotisa elfa, Shevat, una mujer aún más fria y lógica que Beretta. Seguimos la pista de Duncan, que se había alistado en el ejercito para luchar contra los demonios, durante meses. Cada vez que parecía que estabamos a punto de encontrarle, llegabamos tarde… fue una persecución frustrante.

Pocas veces intercambiaba palabras con Oliver, tan tozudo como su hermano solo sabía echar sapos y culebras de lo cabezota que era, de lo ciego que estaba por el odio y lo poco que apreciaba lo que la vida podía darle. Sin embargo, la elfa se convirtió en mi consuelo.

Aunque sus preguntas al principio me resultaban inapropiadas y removían algo en mi interior que me provocaban ganas de darle dos tortas, poco a poco comprendí que quizás estaba haciendo el tonto. ¿Por qué seguir buscando al hombre que me había prometido fidelidad, protección y amor eternos… si a las primeras de cambio me había dejado, me había apartado sin miramiento?

Una noche escuchando la conversación entre Shevat y Oliver tomé una decisión, al dia siguiente volvería a Ventormenta. Ellos seguirían tras la pista de Duncan, pero yo ya no tenía interés alguno.

Esperé a que Oliver se durmiera y me acerque a Shevat para despedirme de ella, sabía que Oliver intentaría animarme pero mi decisión era firme y jugaba con la lógica de la elfa para que me dejara partir sin hacer demasiadas preguntas.

No voy a mentir, avanzar por esas Islas con la compañía de Oliver y Shevat había sido peligroso, pero más lo fue volver a un campamento de la alianza sin morir, aunque por otro lado, no me hubiera importado.

Finalmente llegué a un campamento de la alianza, herida y cansada me hice un hueco cuando retiraron a las tropas heridas, volviendo a la ciudad.

Han pasado varias lunas desde mi vuelta, y se que he hecho el ruido suficiente para que Beretta sepa que he vuelto.

Ahora solo me queda esperar a que venga a cumplir su amenaza tal y como prometió.»

Un chasquido a su espalda la puso alerta, con cuidado volvió a mojar la pluma una ultima vez escribiendo el final de la historia.

«Esta es mi historia, es lo que soy: esclava, gladiadora, guardaespaldas, criminal, amante, prometida… sólo una mujer.

Fdo: Aylin Nemhaim»

-¿Cuanto llevas ahi?…- murmuré mientras dejaba la pluma.

-Lo suficiente.-

Asentí levemente mientras aplicaba el secante al papiro para despues colocar las hojas ordenadas al fin encima de la mesa.

Inspire hondo incorporandome mientras me daba la vuelta, la suave brisa del mar se colaba por la ventana abierta tras la figura de ropajes oscuros que me observaba con su verdosa mirada.

-¿Por qué has vuelto?-

-Me cansé.- sonreí levemente observandola, parecía más delgada y algo cansada, algo que me preocupó a pesar de todo- Ella ¿está bien?-

Observé como bajaba la pistola de chispa suspirando.

– Sí. – desamartilló el arma guardandola a su espalda mientras sacaba un cigarro, prendiendolo, para acercarse a la mesa y hojear el manuscrito.- Veo que has pensado en todo. ¿Quieres que se lo mande?-

-No… él ya no es de mi incumbencia.-

-Entiendo… ¿de verdad valió la pena?- Alzó su unico ojo hacia mi, cargado de pesar.

– ¿La verdad? En un primer momento sí, él lo es… era todo para mí, Beretta.-

-Lo siento.-

– Me advertiste, no tienes nada que sentir.-

-¿Sabes a qué he venido?- dió otra calada al cigarrillo, su aroma levemente amaderado me trajo recuerdos de otras reuniones menos tristes.

– Sí.- para que negar lo evidente, deseaba que viniera.

– ¡Maldita sea Aylin!… ¿Por qué me haces esto?- su explosión me sorprendio levemente, al fin y al cabo era mi jefa, no pensé que sintiera nada por mi… pero su voz, ¿realmente sufría?.

-No sabía que te lo tomarías así…- Mis palabras parecieron enfurecerla, sus dedos rompieron el cigarrillo que cayó deshecho a sus pies mientras su cuerpo temblaba al responderme con voz gutural.

– ¿Que no sabías que me lo tomaría así? ¡Te he cuidado desde hace años!… ¡Te saqué de ese agujero cuando supe lo que te habían hecho! ¡Incluso te confié la vida de mi hija por los dioses!-

Súbitamente me di cuenta mientras las lágrimas afloraban a mis ojos, después de todo ese tiempo, había estado tan ciega como Duncan. No vi el amor ante mí hasta ahora que era tarde y allí estaban esos pequeños detalles que se habían escapado por mi ceguera, liberarme, darme tiempo para volver a sentirme como una persona, las tardes entrenando personalmente con ella, las conversaciones mantenidas en su despacho a solas, los regalos que descubría en mi casa… ¿cuantos habían sido de Duncan y cuantos de ella?.

Cuando se calmó me observó con tal tristeza que me partió el corazón.

-Me recordabas a mi… quise darte la oportunidad de que recuperaras tu vida, de que fueras alguien… de que te sintieras orgullosa, como yo me sentí al ver como has cambiado. Ibas a ser quien ocupara mi puesto cuando me retirara, sabía que lo que habías sufrido te daría el carácter y al fuerza para afrontar este reto. ¿Crees que no estoy cansada? ¿Que no desearía dejar atrás esta vida y dedicarme a mi hija, como una madre más? –

Sus palabras me golpeaban con dureza, resquebrajando la indiferencia en la que me había sumido.

-Y ahora vuelves, te presentas en la ciudad emborrachandote y comportandote como cualquier ramera sin honor. Reclamas mi atención cuando creí que finalmente habías encontrado tu camino, cuando me había despedido de ti. Vuelves para que yo haga aquello para lo que no tienes fuerzas.-

Baje la mirada sintiéndome torpe, ¿qué podía decir? El daño estaba hecho y ambas sabiamos que no habia vuelta atras.

-Sabes que debo hacerlo. No me has dejado otra opción, no puedo permitirme ser débil en este mundo o vendrán a por mi. Y por mucho que te quiera hija mia.-Beretta se acercó a mí, tomandome de la barbilla para que la mirara a los ojos.- Tengo prioridades, debo salvaguardar mi sangre…-

-Lo sé. No tienes que decir más, Beretta… siento… haberte defraudado… – sin fuerzas me dejé caer de rodillas sollozando, pasados unos instantes sentí como se arrodillaba ante mi abrazandome.

-No digas nada pequeña… esta vida es dura, lo sabes tan bien como yo. Será rápido… ¿estás preparada?- escuché la hoja salir de la vaina, el tiempo de hablar había concluido.

Tragué saliva alzando la vista hacia ella y tras unos instantes asentí.

Ella asintió sin apartar la mirada de mis ojos, creí ver que se humedecían levemente antes de escuchar su susurro.

-Rhane… ese es mi nombre.- sentí el frío acero traspasando la camisa de tela penetrando con rapidez en mi pecho atravesando mi corazón, el dolor se extendió por unos minutos angustiosos mientras mi corazón se detenía.

La mujer abrazó el cuerpo de la muchacha entre sus brazos hasta que dejó escapar su último suspiro, con delicadeza apoyó la cabeza de la muchacha en el suelo, sacando la daga de su pecho. La observó detenidamente mientras sacaba un pañuelo limpiando la daga envainandola de nuevo, hizo un burruño con el pañuelo guardandoselo.

Se tomó unos momentos observando el cuerpo, meditabunda antes de incorporarse para tomar el manuscrito de la mesa. Echó un vistazo en torno y se dirigió a la ventana por donde había entrado, deteniendose en seco al ver el paquete envuelto. Una nota estaba garabateada en ella, casi estuvo a punto de largarse sin mirar atrás, pero se lo debía; sabía que cualquiera que encontrara el cuerpo podría tomar el paquete y hacerlo desaparecer, y entonces Duncan no recibiría el póstumo regalo.

Con delicadeza tomó el paquete, al palparlo y por el peso supuso que eran las espadas que Duncan había forjado para ella, sintió nuevamente como el pesar atenazaba su corazón. Pero llevaba mucho tiempo lidiando con esos sentimientos, había aprendido a permanecer con la cabeza fría a pesar de que momentos antes había perdido los papeles.

Dirigiendo una última mirada hacia el cuerpo de Aylin, inspiró hondo saliendo por la ventana para perderse entre la oscuridad de los callejones. La deuda, estaba lejos de ser saldada.

…..

Meses más tarde encontró su oportunidad, había estado atenta a los informes de la guardia. Cuando poco a poco las tropas volvieron de las Islas tras acabar con la amenaza de la Legión, dejo a su hija bajo la tutela de su cuñada y volvió a la ciudad.

Pasaron varios dias hasta que se encontró con la elfa de forma casual en la Dama Misteriosa, al escucharla hablar de Aylin confirmó sus dudas. Llevandola a un callejón fuera de la vista de miradas extrañas le explicó el destino de Aylin, tendiendole las espadas para que se las entregara a Duncan.

Hablar con ella alivió parte de la pesada carga que llevaba en sus hombros pero lo que había tenido que hacer, seguiría doliendole durante mucho tiempo. Una vez se despidió de ella sintió que finalmente su deuda con Aylin estaba saldada, era hora de pensar en su futuro y en el de su hija.

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Aylin Nemhaim by Nissa Audun, está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

(*) Imagen:  Fantasy rapeirs by Licataknives

 

 

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