Wortober 10: Niebla

Lo que más le gustaba del otoño eran esos días neblinosos en que el mundo parecía detenerse y hoy era uno de esos días.

Aunque prefería estar en casa y poder observar desde la ventana con una taza de café caliente entre sus manos; no como esa noche que había salido tarde de trabajar y caminaba presurosa por las calles silenciosas con la única compañía del resonar de sus pasos.

Apresurándose mientras se ajustaba el abrigo caminó con decisión hacia su casa, apenas le quedaba media manzana y podría relajarse con esa taza de café añorada, vestida con su pijama favorito.

No se dio cuenta al principio, pero poco a poco el sonido penetró en su mente. Un juego de pisadas se había unido a las suyas, casi solapándose con las propias. Con un escalofrío se detuvo mirando tras de sí, para comprobar que aparentemente nadie la seguía. Aunque le produjo cierto malestar que los pasos se detuvieran al unísono.

Mirando alrededor decidió apartar los malos pensamientos de su mente inquieta poniéndose en camino nuevamente, demasiadas películas de terror le habían nublado el juicio por un momento.

Seguramente sería alguien sacando a pasear a su perro y por mera coincidencia se había detenido al mismo tiempo que ella.

Sonrió divertida por su estupidez, no existían los vampiros, ni los muertos vivientes, ni las brujas, ni ninguna de esas criaturas que poblaban habitualmente sus escritos. Era su propia mente jugándole una mala pasada.

Casi había llegado a su portal, por lo que rebuscó en su bolso las llaves para poder entrar y dejar atrás esa sensación de peligro que le había atemorizado instantes antes.

Al detenerse ante la puerta descubrió molesta que no encontraba las llaves en el interior oscuro de su bolso por lo que sacando el móvil decidió encender la linterna para poder encontrarlas. Acuclillándose sobre el suelo dejó el bolso en el mismo intentando iluminar las profundidades de este en busca de las preciadas llaves.

Empezó a ponerse nerviosa cuando los pasos se alzaron nuevamente acercándose a su posición momento en que alzó la vista esperando ver salir de la niebla a alguien, pero nada, fue como si pasaran a su lado invisibles.

Sintió un escalofrío por un momento, ¿era su mente o había algo más ahí fuera con ella?

Sonrió nerviosa, en algún lugar había leído que la niebla parecía trasportar los sonidos distorsionando el eco de los mismos. Seguramente era eso, quien sea había caminado por la otra acera aunque pareciera que estaba justo a su lado.

Negando para sí rebuscó nuevamente en el bolso hasta que una lucecita brilló en su mente, tanteando palpó los bolsillos del abrigo escuchando el familiar tintineo metálico de las llaves en el izquierdo.

Resoplando recogió su bolso colgándolo del hombro mientras sacaba las llaves, enfocando con la luz la cerradura del portal metió la llave apagando la linterna después, alzando la vista para empujar la pesada puerta mientras giraba la llave, para sentir como el corazón se le subía a la garganta.

En el reflejo del cristal de la puerta pudo distinguir la silueta de un hombre que la observaba a su espalda, ataviado con un abrigo largo y un bombín. Sin pararse a pensar se introdujo en el portal cerrando a toda prisa tras de sí mientras se volvía.

Efectivamente ahí parado en mitad de la calle se encontraba ese hombre que la observaba con una sonrisa fría y estática. Maldiciendo para sus adentros retrocedió hacia el ascensor, pulsando el botón de llamada sin apartar la mirada del hombre.

Éste lentamente alzó una mano tomando el borde del ala del sombrero, inclinándose en un saludo antes de incorporarse y mirarla. Sin saber por qué asintió ante el saludo, devolviéndoselo. Lo que pareció satisfacer al hombre que sin más volvió a caminar desapareciendo de su vista.

Cuando el ruido del ascensor resonó en el rellano casi se cae del susto, todo había sido demasiado extraño. Con rapidez abrió las puertas y entró en el cubículo esperando en el ascenso con cierto nerviosismo.

Cuando llegó a su planta abrió las puertas y cerró tras ella, dirigiéndose a la puerta de su apartamento casi a la carrera. Una vez hubo abierto, cerró tras de sí echando el cerrojo.

Suspiró aliviada al encontrarse en su pequeño apartamento donde se encontraba irracionalmente segura. Dejando el bolso en la entrada se encaminó a oscuras hacia la ventana del salón desde la que podía observarse la calle para echar un vistazo fuera.

Y allí estaba, apoyado en la farola de la calle, envuelto en la niebla cuyos jirones parecían removerse a su alrededor como una amante solícita. Aterrada fue a su cuarto para cambiarse mientras intentaba racionalizar su miedo. Seguramente el buen hombre se había acercado a ayudarla, o simplemente le gustaba caminar por la calle neblinosa; no iba a juzgar los gustos de cada uno pero la sensación de temor no la abandonaba.

Sin ganas de cenar, se limitó a lavarse la cara y los dientes, poniéndose su grueso pijama y con un suspiro se metió en la cama.

No podía dormir, sentía esos ojos oscuros mirándola a través de las paredes.

Resoplando se incorporó con la intención de hacerse una tila que la ayudara a dormir, pasando antes por la misma ventana para echar un vistazo fuera, simplemente para asegurarse de que ese hombre se había ido. Y efectivamente en la calle no se veía a nadie, seguramente el hombre había estado esperando a alguien o algo así.

Más calmada se dirigió a la cocina para calentar el agua en una taza que metió en el micro, buscando en los estantes la cajita de tila.

Cuando llamaron a la puerta casi se le cae la mitad de la estantería encima del bote que pegó.

¿Quien demonios llamaba a esas horas? Tragando saliva se acercó a la puerta tan silenciosa como pudo, tomando uno de los candelabros como arma defensiva. No pensaba abrir la puerta pero se sentía mas segura con algo en las manos.

Apoyó la mano en la fría puerta y se puso de puntillas para mirar por la mirilla sobresaltándose tan pronto como distinguió en el pasillo la figura de ese hombre, apenas le había visto pero sabía que era el.

Retrocedió temblorosa apoyándose en la pared mientras alzaba el candelabro con manos temblorosas, no pensaba decir ni hacer nada. Por ella podía quedarse en el pasillo toda la noche.

El pitido del microondas se elevó desde la cocina haciendo que diera un nuevo bote, sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho aguardó.

No sabía cuanto tiempo llevaba en esa postura, pero si sabía que los brazos empezaban a dolerle. Tomando una decisión dejó el candelabro en el suelo, y con determinación se dirigió al salon donde con cierto esfuerzo cogió uno de los sofás, apoyándolo contra su cuerpo y metiendo un pie debajo fue llevándolo poco a poco hasta la puerta.

Con cuidado lo dejó apoyado contra esta, sujetando el pomo de la puerta con el respaldo para bloquearlo. Era lo suficientemente pesado para que fuera imposible abrir la puerta.

Satisfecha volvió a la cocina y saco la taza del microondas, estaba ya templada pero serviría para hacerse un café. Tras endulzarlo con tres cucharadas de azúcar, tomó la taza y se sentó en la silla mirando hacia la puerta.

Fueron pasando las horas, ella sentada en la silla con un cuchillo en la mano, mirando hacia la puerta vigilante.

Sólo se sintió segura cuando las luces del alba comenzaron a atravesar las ventanas de la sala, momento en que algo anquilosada se incorporó para acercarse a la puerta.

Apoyó una pierna en el sofá y las manos a ambos lados de la mirilla, inclinándose para ver. Ahí estaba, en la misma postura, esperando.

Asustada retrocedió casi cayéndose del sillón y sin mediar palabra fue a coger su móvil pero al intentar encenderlo descubrió que no tenía pila, se le había olvidado enchufarlo al cargador con el susto. Resoplando lo dejó cargando mientras se dirigía a su portátil, probando a encenderlo.

Una vez encendido buscó la web de la policía siguiendo las instrucciones para dar el aviso, pasados solo unos minutos se abrió una ventana de chat donde pudo explicar su caso, le conminaron a no salir del apartamento mientras llegaban.

Suspiró aliviada mientras esperaba apagando el ordenador, seguramente el individuo era algún vecino que quería asustarla decidió. Molesta se acercó nuevamente a la puerta para echar un último vistazo apoyándose en el sofá como antes pero no distinguió a nadie, empezando a sentirse tonta acercó mas el rostro para observar bien el pasillo.

Una sombra cruzó su ángulo de visión seguido de un chasquido de cristales rotos, por unos momentos solo pudo sentir un desgarrador dolor antes de que la oscuridad se cerniera sobre ella.

Para cuando llegó la policía la sangre que salía de la mirilla había encharcado el pasillo.

El asesino de la niebla se había cobrado una nueva víctima.

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