[Hace un año y medio…]
La joven cansada se limpió parte del sudor de la frente con la manga sucia de la otrora nívea toga, estaba apilando las pocas cajas de suministros médicos en el único edificio que se mantenía en pie en el caos reinante.
Un poco más allá del campamento las explosiones y gritos de dolor se alzaban del combate entablado entre las fuerzas de la alianza y los demonios, todo lo que había estudiado años atrás no la preparó para las visiones que tuvo que presenciar a lo largo de esas semanas.
Atrás habían quedado sus años de estudio, este año debería haber tomado los votos como sacerdotisa de la Luz, pero como su tutor indicó debía pasar una última prueba que consistía en un viaje para conocerse a sí misma y descubrir si verdaderamente ese era su camino. Pero en mitad de su viaje se inició la guerra, con la llegada de los demonios todo el reino vió sus vidas zarandeadas por la guerra. Como tantos otros, se alistó en el ejército para ayudar a defender a su patria, a sus camaradas… quizás no podía empuñar un arma pero si sanar a los soldados.
Y ahí estaba, entre el humo de los fuegos medio apagados del campamento, tras hacer lo posible por los soldados heridos se había retirado para poner a salvo los pocos suministros médicos que les quedaban, no habían tenido que ordenarselo, pues sabía como curandera de su importancia.
Fue entonces cuando descubrió la alta y estilizada forma de una elfa, una kaldorei de cabellos blancos como la nieve que avanzaba entre sus camaradas como si de una visión se tratara, más que andar parecía que se deslizara por el terreno mientras su togas claras ondulaban a sus pies. Parpadeó varias veces comprobando si realmente era real y solo cuando sus miradas se cruzaron pudo sentir que así era.
La kaldorei se detuvo en su camino, observándola sería y crítica algo que le hizo tomar constancia de su apariencia sucia y desgarbada mientras intercambiaba unas palabras con el sargento, tímida y sonrojada bajó la vista continuando con sus quehaceres de inventariado.
Sólo cuando el sargento mencionó su nombre se atrevió nuevamente a alzar la mirada, éste la llamaba con una seña parado al lado de la elfa de semblante serio, con la incertidumbre reflejada en el rostro se acercó a estos tras dejar la tablilla donde apuntaba lo que les quedaba tras el último embite de los demonios.
– Nadja, te presento a Shevat, es la encargada de preparar los cuerpos de nuestros hermanos caídos en batalla. ¿Puedes auxiliarla? No nos quedan muchas manos.
La muchacha asintió sin dudarlo, mirando curiosa a la elfa ahora que la tenía cerca, sus hermosos rasgos contrastaban con el rictus serio de su rostro y su mirada, reflejo de años de sabiduría y el pesar que sólo pueden reflejar una vida extensa.
Sin mediar palabra la elfa inclinó la cabeza avanzando hacia el edificio donde descansaban los caídos, un lugar algo más apartado del campamento, donde ondeaban los confalones de la alianza con sendos lazos negros atados a los mástiles.
Presurosa siguió a la elfa, con un andar desde luego no tan regio como ella…
Al llegar observó curiosa como la kaldorei miraba en torno con seriedad, musitando palabras en su idioma natal, algo en lo que Nadja no estaba familiarizada. Suspirando la siguió hasta donde descansaban los utensilios para el amortajamiento de los cuerpos.
Aceites aromáticos para limpiar las heridas, vendas, aguja e hilo para tratar de cerrar las heridas más desagradables. Quizás otras doncellas se asustarían ante la empresa que iba a realizar, pero si sus años de estudios y experiencia curando heridas le habían servido de algo era para no temer la sangre ni retroceder ante una herida desgarrada.
Tomó las garrafas de aceites y las vendas siguiendo a la elfa que arrodillada la esperaba ante el primer cuerpo, el del joven Zacarías, un muchacho apenas unos años mayor que ella que días atrás le contaba sobre su vida en la granja de aserradero.
Apenada se acercó dejando los utensilios a un lado, mientras observaba a la elfa.
Ésta alzó sus manos rezando una oración a su diosa, después estudió el cuerpo del chico antes de deslizar su mirada hacia Nadja.
– Dime, ¿has sido instruida en los Ritos Funerarios?
– No, señora. Pero he leído sobre ellos.
Shevat la observó detenidamente antes de asentir.
– Entiende que estos ritos no son muy diferentes del cuidado de un herido, nuestro deber es honrar al caído en batalla, recomponiendo su cuerpo para que pueda ser llorado por sus seres queridos. La muerte es amarga, más para los familiares, pero también debemos preocuparnos por ellos, debemos restaurar su honor. ¿comprendes?
– Sí…
– Bien pásame las gasas y el unguento.
Nadja así lo hizo observando como la elfa se arremangaba, con delicadeza tomó un odre mojando las gasas para limpiar el rostro ensangrentado del muchacho, hecho esto procedió a extender un poco de aceite sobre una venda aplicandolo con delicadeza sobre el rostro y manos del muchacho.
– Cuando hagas esto, trátalos con el mismo cuidado que tratarias a un herido, pues no merecen menos. Limpia todo rastro de sangre que pueda recordar a sus familiares la terrible muerte que ha recibido.
Mirandola sonrie levemente.
– ¿Qué tal se te dan las suturas?
– Bien, señora.
– Con Shevat será suficiente chiquilla – miró el cuerpo suspirando – Conozco muchos que cosen las heridas con desgana, como si de un zurzido fuera… pero nosotras ¿qué debemos hacer?
Nadja titubeó un momento mirando la terrible herida que abría la frente del muchacho antes de mirarla.
– Debemos coser sus heridas de manera fina y delicada, para que la última visión que tengan sus familiares de ellos no sea desagradable.
La muchacha asintió tomando la aguja y el hilo mientras se inclinaba sobre la frente del chico, poco a poco comenzó a coser la carne desgarrada con pequeñas puntadas lo más rectas posibles bajo la supervisión de la elfa.
Cuando terminó cortó el hilo diestramente dando por finalizada su tarea, alzando la mirada hacia Shevat.
– Bien, muy bien… eres habilidosa.
La elfa señaló la armadura desgastada y juntas comenzaron a quitarle ésta, cuando lo desnudaron le enseñó a limpiar el resto del cuerpo con los aceites aromáticos.
– Ungimos el cuerpo con aceites aromáticos para paliar el olor de la muerte, pues aunque es algo natural, no es agradable.
Nadja asintió siguiendo con su trabajo con toda la delicadeza posible. Al terminar, le vistieron con una túnica de lino, colocando las manos sobre su pecho.
– Dado que va a ser transportado, es aconsejable atar las manos así. – le mostró como atar las muñecas de tal forma que quedaran firmemente sujetas, la venda oculta bajo la manga de la túnica dandole un aspecto de descanso. Después envolvió las facciones del joven con una venda nueva, para sujetarle las mandibulas y terminó pasando esta por su cuello, anudandolo con cuidado bajo la barbilla como si de un pañuelo de noble fuera – De esta manera se evita que la mandibula se descuelgue y le da un aspecto más honorable.
Nadja asintió acongojada ligeramente al observar el resultado, ciertamente parecía descansar como antaño.
Shevat la observó detenidamente.
– ¿Le conocías?
Nadja asintió
– Casi hemos terminado. Ahora, recemos juntas para que su alma encuentre reposo en la Luz.
Nadja asintió alzando las manos en súplica entonando una letanía por el descanso de su alma, al abrir los ojos parpadeó sorprendida pues a la diestra de Shevat creyó distinguir una sombra, la de Zacarías que con una inclinación de cabeza se alejó desapareciendo.
Cuando su mirada coincidió con la de Shevat apenas pudo murmurar una palabra, pues la elfa la miraba curiosa.
– Creo que desconocías tu don, pequeña. No te asustes, a veces las que somos muy sensibles podemos apreciar las almas de los muertos en sus horas postreras. Es un don que supone tanto una bendición como una maldición, te lo advierto. Muchos de estas almas no comprenden que su tiempo ya ha pasado, se niegan a abandonar su cuerpo y si eso ocurre, acaban transformándose en espíritus colericos que atacaran toda vida. Tu deber como sacerdotisa es ayudarles, debes tranquilizarles y ayudarles a alcanzar el reposo, ¿entiendes?
Nadja titubeó un instante antes de asentir levemente, aún sorprendida por lo ocurrido.
– Bien, ya sabes como amortajar un cuerpo, así que podrás amortajar tu sola a esos tres de allí. Yo voy a ocuparme de los del otro lado de la sala.
Nadja asintió nuevamente parpadeando aún sorprendida, más tomando los enseres para el amortajamiento se acercó al siguiente cuerpo.
Estaba terminando cuando un par de soldados entraron en la cámara reverentes, acercandose a Shevat.
– Hermana, lo lamento, pero uno de los suyos ha caído defendiéndonos… lo sentimos mucho – al alzar la vista pudo ver el rostro apenado de Shevat inclinarse sobre la camilla improvisada donde el cuerpo roto y sangrante de una joven elfa descansaba.
– Murió como vivió, con honor – murmuró.
Ante el dolor de la sacerdotisa los dos muchachos salieron de la sala, dejándola a solas con la centinela.
Nadja estaba terminando de anudar el pañuelo al cuello del difunto, cuando la voz de Shevat se alzó alarmada.
– ¡Niña ven aquí!! Esta muchacha aún vive, pero la perdemos, ¡date prisa!-
Al instante soltó todo y se dirigió presurosa a la vera de Shevat quien le tomó de la mano.
– Haz exactamente lo que te diga, su corazón aún puede latir de nuevo-acompañando sus palabras colocó su mano sobre el pecho de la centinela kaldorei, que reposaba en las frias losas.
– Debemos sanar su cuerpo antes de atraer a su espíritu, reza conmigo hermana.
Nadja sorprendida asintió ante Shevat, rezando fervorosamente, su voz se entremezcló con la delicada voz de la kaldorei mientras apoyaba la otra en el pecho de la muchacha, cubriendo la de Nadja. La familiar calidez de la Luz la recorrió mientras la canalizaba al cuerpo roto de la centinela, restañando las heridas con la guía de Shevat.
Una vez finalizado, Shevat alzó la mirada hacia un punto enfrente de ellas, Nadja siguió su mirada descubriendo la forma de la centinela, era extraño porque podía ver la pared a través de ella, pero no era tan incorpórea como la sombra de Zacarías.
Esta las miraba angustiada pasando la vista de las sacerdotisas al cuerpo, mientras iba tornándose más traslucida.
– Rápido, concéntrate, debemos ayudar a su espíritu a reencontrar el camino al cuerpo, reza a la Luz muchacha… reza…-
Nadja se lamió los labios mirandola
– Pero no se…-
Shevat la miró seria negando.
– No debes dudar, Nadja. Tienes el potencial, tan solo debes creer, tienes que tener fe y no mostrar duda alguna. ¡Eres sacerdotisa, eres sanadora… tomaste este camino para salvar vidas!. ¡Esta noche averiguarás si elegiste bien!
Nadja frunció levemente el ceño, pues había estudiado como los demás la posibilidad de resucitar a un caído en batalla, pero todos sus mentores habían hecho hincapié en que era tal el esfuerzo de canalizar la Luz que un sacerdote poco experimentado podía hallar la muerte intentándolo.
Pero la elfa tenía razón, ella había elegido ese camino desde niña, todos sus pasos se habían dirigido a proteger, sanar y cuidar de sus camaradas. Esta noche no iba a fallar.
Tomando con confianza renovada la mano de Shevat, la aproximó al cuerpo de la joven mientras cerraba los ojos, elevando su voz en una oración no aprendida, sino surgida de su corazón. Sus palabras se entremezclaron con los rezos de la kaldorei mientras sentía como la cálidez de la Luz descendía sobre ella, canalizando su energía al cuerpo de la centinela. Pero no era bastante lo sabía, sin dudas ni titubeos rezó apoyando la sacra energía con las propias.
No sabía cuanto tiempo llevaba rezando, sus latidos resonaban acelerados en su mente, su voz se fue atenuando falta de aire hasta que la oscuridad la llamó envolviéndola en sus brazos.
– ¡Nadja! ¡Nadja! ¡Niña despierta!
Las frías manos de la Shevat acariciaron la frente de la joven que se habia derrumbado sobre ella, tras conseguir traer de entre los muertos a la centinela que en esos momentos se encontraba tumbada mirandoles en silencio.
Poco a poco, con un ligero temblor la chiquilla abrió sus ojos azulados para terminar centrandose en el rostro preocupado de Shevat.
– ¿Lo… conseguimos?
– Sí, pequeña, lo hemos conseguido. Has salvado a un hijo de las estrellas, y por ello tendrás mi gratitud eterna.
Nadja sonrió ladeando el rostro hacia la centinela, quien le obsequió con una leve sonrisa.
– Ahora, ve a descansar pequeña, necesitas recuperar fuerzas. Esta noche, has demostrado ser una verdadera Sacerdotisa de la Luz. Tu camino estará lleno de dificultades, pero cuando la más negra oscuridad te envuelva, recuerda que gracias a tu Fe conseguiste obrar una proeza.
Nadja asintió aún levemente mareada, tambaleándose salió del edificio exhausta. Miró una ultima vez hacia las kaldoreis que murmuraban en su lengua natal entre susurros, y finalmente caminó hasta su manta donde se derrumbó agotada.
[Presente]
Nadja abrió los ojos mientras los recuerdos de esa noche aún resonaban en su mente, su mirada recorrió las tablas del techo de su cuarto en la Abadía mientras sentía como cierta calidez se colaba en su corazón. Finalmente las palabras del Pater y sus recuerdos de aquella noche habían dado Paz a sus indecisiones, a sus dudas y lamentos.
Ella era Sacerdotisa de la Luz, no un siervo de las sombras. Su Fe era más fuerte que cualquier engaño o tortura que los servidores de las sombras pudieran hacerle. Era hora de recordarlo, y hacer frente a sus miedos.
Levantándose del lecho, recogió sus libros y pergaminos colocándolos con delicadeza en su mochila, después se vistió y recogió su bastón, colocándose las cuerdas de la mochila y el morral que siempre llevaba consigo.
Echó un ultimo vistazo a la habitación y abriendo la puerta salió del claustro, su primera parada fue en el despacho de su antiguo tutor donde se despidió de él agradeciéndole el tiempo que le había otorgado en la abadía, más tarde partió dirigiéndose hacia los establos.
No podía esconderse, ella era una servidora de la Luz.
Era hora de volver con sus hermanos.
(Gracias a Shevat por inspirar este relato basado en nuestro rol)
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