Una suave brisa se escurría por las ventanas entreabiertas jugando con los papeles apilados encima de la mesa. La joven parpadeo levemente suspirando, se había vuelto a quedar medio adormilada mientras buscaba información sobre el Mabon, una fiesta sagrada celebrada en el equinoccio del otoño, donde se celebraba la cosecha y la vida según los escritos que tenía ante sí.
Desvió la vista hacia la ventana observando las copas de los árboles que comenzaban a teñirse con tonos cobrizos como cada otoño, suspiró y antes de que la brisa terminara de tirar los papeles por el suelo se levantó a cerrar la ventana.
Perdida en sus ensoñaciones decidió observar a la gente que paseaba por la calle, puesto que a veces le servía de inspiración a la hora de escribir. Su mirada siguió el camino de una joven muchacha que caminaba apresurada entre el gentío, seguramente camino de la universidad por la mochila abultada que llevaba a la espalda, esto la hizo sonreír recordando los viejos tiempos.
Volvió la mirada hacia el parque de enfrente, las hileras de árboles que como centinelas bordeaban el camino que lo cruzaba le resultaban una visión acogedora. Estaba decidiendo el tono de las hojas cuando una pequeña mancha atigrada captó su atención.
Frunció el ceño buscando de nuevo entre el follaje hasta que distinguió nuevamente el bulto, entrecerró los ojos porque a pesar de tener el tamaño de un gato algo en ella resultaba extraño, antinatural… un escalofrío recorrió su espalda cuando distinguió dos ojos rojizos girándose hacia ella. Con un bote se apartó de la ventana ocultándose a su vista.
¿Le había visto? Esa cosa… ¿se había percatado de que la estaba observando?
Tragó saliva y volvió a asomarse con cautela, buscando el inquietante ser que había creído ver, pero no vio más que la familiar copa de los árboles meciéndose por la brisa. Soltando una pequeña risa nerviosa se pasó una mano por la frente, leer sobre los viejos mitos celtas le había jugado una mala pasada.
Suspirando volvió a sentarse para enfrentarse a algo más real, la pantalla del ordenador donde unas pocas líneas aparecían escritas.
No fue consciente del ruido hasta algo más tarde cuando se detuvo la música, un leve arañazo, extrañada alzó la vista mirando hacia la ventana para quedarse paralizada de miedo.
En el ventanal la criatura la observaba mientras sus manitas arañaban el cristal lentamente. Sus ojillos maliciosos brillaron cuando se encontraron sus miradas, mientras lentamente abría la boca dejando ver sus colmillos afilados. Eso bastó para que se pusiera en pie como un resorte.
La criatura reaccionó golpeando violentamente el cristal, parecía que intentaba entrar.
Asustada miró en torno buscando algo con lo que armarse y sin pensárselo mucho corrió hacia la cocina abriendo los cajones hasta sacar un cuchillo, casi a tientas pues estaba atenta a los movimientos de la pequeña criatura.
Tragando saliva alzó el cuchillo ante sí permitiéndose observar a ese engendro, del tamaño de un gato y lleno de pelo, sus zarpas arañaban el cristal con alevosía mientras su pequeña cabeza chata no dejaba de balancearse.
Lentamente se acercó a la ventana para echar el cerrojo, haciendo lo propio en todas las ventanas. Finalmente volvió hasta la ventana donde la criatura arañaba débilmente el cristal.
-Vete… ¡largo!- agitó el cuchillo ante el ser intentando intimidarle cosa que pareció surtir efecto. Mientras tanto las luces del atardecer dejaban paso poco a poco a la noche, musitando para si encendió todas las luces volviendo a sus papeles. Algo en la criatura le era familiar y sí, ahí estaba. Posiblemente se trataba de una especie de demonio menor que según los escritos se apoderaba del alma de los durmientes.
Nerviosa siguió leyendo hasta que dio con lo que necesitaba, corriendo hacia la cocina sacó de las estanterías la sal, el eneldo, el laurel y el ajo metiéndolos a toda prisa en un mortero donde los aplastó hasta formar una pasta.
Sin preocuparse de racionalizar si eso serviría de algo empezó a untar los marcos de las ventanas teniendo mucho cuidado de no dejar un sólo trozo sin la espesa argamasa, deteniéndose sólo para hacer más.
Cuando hubo terminado con las ventanas esparció sal delante de la puerta, y una nueva capa de argamasa concienzudamente. Una vez hecho esto revisó todas las ventanas y posibles lugares de acceso lo que le llevó más de dos horas entre una cosa y otra.
Para aquel entonces la noche se extendía ominosa por la ciudad, dejando paso a las luces y la vida nocturna, pero eso que normalmente la tranquilizaba no hacía más que ponerla nerviosa.
En su pequeño apartamento, de ese estilo minimalista que tanto gustaba ahora se sentía expuesta. Nerviosa se sentó en la cama empuñando el cuchillo mientras se hacia un ovillo observando todas las ventanas con temor.
Ella siempre había adorado el Otoño, los colores anaranjados se le antojaban brillantes, la atmósfera de misterio que envolvía los objetos mundanos con la niebla tras la lluvia le inspiraba numerosos relatos pero esta vez, había aprendido a tenerle miedo.
Los chirridos contra los ventanales volvieron a escucharse varias veces, al igual que las pequeñas zarpas resonando contra las paredes del apartamento, pero parecía que de momento aquellas viejas tradiciones para ahuyentar los espíritus mantenían a raya a la criatura.
Encogida de miedo, aferrada al cuchillo y nerviosa, observó el lento pasar de las horas preguntándose qué pasaría si llegaba a dormirse.
Iba a ser una larga noche…
Otoño by Nissa Audun, está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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