Wordtober 5: Profesores.

Hoy cinco de octubre era el dia de los docentes, algo que le agradaba todos los años porque sus alumnos solían llevarle algún que otro regalo, o así había sido hasta hace unos años en que las cosas cambiaron y se instauró el que ella tuviera que llevar la merienda para los chicos.

Sonrío para si cargando con las bandeja de bizcocho que ella misma había cocinado, estaba segura de que les gustaría y más al ser la vieja receta familiar. El aroma a vainilla y chocolate que emanaba el paquete envuelto era suficiente para abrir el apetito a cualquiera.

Cuando llegó enfrente de su clase, suspiró intentando armarse de paciencia. Llevaba toda la vida enseñando y educando a esos jóvenes, algo que no hubiera creído posible a su misma edad, pero eso era el pasado, ahora debía enfrentarse a esos chavales que posiblemente la veían más como la vieja insufrible maníatica del orden, que una figura de autoridad.

Empujó la puerta y saludo a los que ya se encontraban allí hablando en pequeños grupos como cada mañana. Mientras dejaba el paquete y el bolso sobre la mesa, observó como se iban sentando diluyendo los grupos creados como si de una cascada se tratara.

Sonrió ampliamente apoyando las manos en las caderas.

-Buenos días, ¿alguien sabe decirme que día es hoy?

Las mismas caras somnolientas o sorprendidas le miraron como cada mañana, inspiró hondo girandose para tomar la tiza para empezar a escribir en la pizarra mientras explicaba el motivo de la celebración de ese día, que no era otro que celebrar el 70º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), en la que se reconoce que la educación es un derecho fundamental clave y se consagra el derecho a la educación gratuita y obligatoria, mediante un acceso inclusivo y equitativo para todos los niños.

Al girarse descubrió rostros iluminados por una media sonrisa, contestó algun comentario jocoso con una mirada seria y finalmente se acerco a la mesa levantando una esquina del papel albal con que cubría el recipiente del bizcocho.

-Para celebrar este día os he traído un bizcocho casero de vainilla y chocolate, para aquellos que no pueden probarlo porque sean celíacos he traido manzanas, que sé que no están tan buenas.- sonrió levemente – pero espero que os gusten igual. Si alguno tiene alguna alergia por favor avisadme antes de coger un trozo.

Los muchachos animados prorrumpieron en una distendida algarabía, hasta que retomó de nuevo el curso de la clase.

-Bueno hoy dedicaremos el día a repasar lo que sabemos sobre los derechos fundamentales y a media maña…- se interrumpió al escuchar el primer estruendo quedándose paralizada, los chavales la miraron extrañados y después alarmados ante el grito desgarrador que se elevó en el aula.

Tras unos instantes de incertidumbre tomó las riendas de la situación, no sabían a que se enfrentaban pero desde luego no iba a dejar que nada les pasara a sus alumnos.

-Vale, necesito que permanezcais en calma y que en silencio os vayais al fondo de la clase, usad los pupitres para cubriros. Amanda, cierra la puerta detrás de mi y por lo que más queráis no hagáis ruido.-

Los chavales nerviosos empezaron a dirigirse a trampicones hacia la parte de atrás de la clase, mientras se miraban asustados, algunas chiquillas empezaron a llorar en silencio mientras una de las muchachas mas altas se acercaba a ella pálida de la impresión, asintió levemente dirigiendose a la salida mientras le murmuraba el resto de instrucciones. Sabía que podía contar con ella por ser de las pocas responsables del grupo, ser la hermana mayor de tres hermanos e hija de divorciados la había obligado a madurar más deprisa que los demás.

-Pero Profesora… ¿No estará usted en peligro si sale?- Su preocupación era evidente y por lo que vió no era la única que lo pensaba puesto que dos o tres chavales se acercaron a ella titubeantes.

-Soy la responsable de vuestra seguridad entre estas paredes, no os preocupeis. No me va a pasar nada y ahora, haced lo que os pido.- Un nuevo estruendo sacudió el edificio mientras se empezaban a alzar gritos asustados y de dolor fuera del aula, rápidamente apretó el hombro de Amanda saliendo al pasillo. Esperó a oir el cerrojo y murmurando unas palabras chasqueó los dedos comprobando después que la puerta no se abriera desde ese lado.

Pocos sabían de sus dotes, ni de que su familia no le había dejado únicamente recetas de cocina como herencia. Caminando con paso firme se dirigió rápida y en silencio hacia la zona de mayor ruido, al girar un recodo del pasillo los vió.

Dos muchachos armados con lo que parecían armas de algun tipo, eso del armamento se lo dejaba a su primo César, aporreaban las puertas de una de las aulas soltando maldiciones.

-Ya basta chicos. Es hora de que dejéis de comportaros como orangutanes en celo y soltéis esas armas.- Su voz firme rompió como una piedra el cristal de una ventana la algarabía de voces. Ambos rostros se giraron hacia ella sedientos de sangre.

-¡Ni en sueños bruja!

-Tsk… no me gusta repetirme muchachos. -Avanzó un paso hacia ellos con parsimonia, como si en vez de armas de fuego llevaran tan solo unas pistolas de agua.

Ambos se miraron sonrientes, con los rostros deformados por una mueca demoníaca, antes de girarse al unísono para descargar sus armas en su dirección.

La mujer alzó tan solo una mano murmurando en una lengua extraña y los proyectiles simplemente parecieron estrellarse contra un colchon de aire cayendo al suelo con un leve tintineo. Hecho esto enarcó una ceja mirándoles.

-Os advertí.

Endureció el rostro mientras alzaba ambas manos en su dirección, las armas se calentaron quemando sus impúberes manos hasta que las soltaron entre alaridos.

Pero lejos de amilanarse ambos se inclinaron en una pose grotesca gruñendo desquiciados, mientras sus ojos resplandecían con una llama roja. Así que era eso, durante este mes las barreras entre los mundos se debilitaban y era fácil que algunas criaturas se escaparan del otro lado, en este mundo moderno donde la tecnología ha suplantado lo tradicional, los demonios y seres de la oscuridad creían poder campar a sus anchas sin adversarios; pero esta vez se habían equivocado de barrio.

-No deberíais haber venido niños…- Sonrió deliberadamente adoptando una pose de combate mientras retrocedia un paso y alzaba las manos ante ella, puesto que aún debía mantener las apariencias por si alguien los observaba.

Los niños endemoníados aullaron lanzándose sobre ella hasta que estuvieron solo a un metro momento en que a la vez saltaron para asestarle el golpe fatal a aquella vieja entrometida, sólo entonces la mujer permitió que vieran su verdadero rostro. Abriendo los ojos como platos intentaron parar el salto anteponiendo los brazos inútilmente, pero ella era más vieja y tenía más experiencia, puesto que adelantó rapidamente un paso alzando las manos para tocar sus frentes mientras murmuraba una intrincada letanía.

Un resplandor brillante inundó el pasillo para dar paso a la anciana que observaba sus mano izquierda con indolencia, mientras con la derecha extraía una pequeña caja donde introdujo dos esferas negras como ala de cuervo. Suspirando, miró en torno  guardándose celosamente la caja en el bolsillo.

Miró en torno apreciando los desperfectos y musitó un nuevo hechizo revirtiendo los daños hasta que no quedó rastro del ataque; ya no estaba para esos trotes, cada vez que usaba su magia se debilitaba, pero aún podía dar guerra como en su juventud cuando cazaba esos seres.

El rostro de su compañero, Antonio le miró entre acongojado y sorprendido, habriendo despues la puerta cuando se lo dijo.

-¿Estan todos bien? -Murmuró sonriente la anciana mientras chasqueaba con disimulo los dedos cerca de la cara de su compañero docente.

-Sí… pero… los chicos… ¿qué ha pasado?-

-¡Oh, no ha pasado nada Antonio! Tan solo querían daros un susto, pero cuando les he llamado la atención se han ido por donde han venido. De hecho no sé ni siquiera quienes eran.

-Pero… dispararon…

-No, verás uno de ellos tenía un movil con una de esas aplicaciones con sonidos de armas, es lo que habéis escuchado. Ya sabes como son los jóvenes, se acerca Halloween y algunos lo celebran antes de tiempo. Bueno yo de ti trataría de tranquilizar a los chavales, voy a ver a los míos.

Antonio se la quedo mirando confuso hasta que poco a poco sus palabras parecieron calar en su mente, al igual que el hechizo que le haría olvidar lo poco que había visto, sonrió finalmente soltando una queda maldición.

-Maldita sea casi me tengo que cambiar los pantalones… ¡y era solo una broma! En mis tiempos sólo poníamos ratones a las chicas en los pupitres.- rió girandose para empezar a tranquilizar a los chicos, tranquilizándoles mientras la anciana sonreía para sí volviendo por donde había venido.

Antes de llegar a la puerta sacó la caja estudiando sus nuevas adquisiciones, dentro de las esferas dos pequeños demonios diminutos daban botes exasperados bramando en su idioma.

-Os dí la oportunidad de rendiros, ahora, me vais a dar unos cuantos años mas de vida chicos. – se relamió levemente ansiosa por llegar a casa y saciar su hambre con sus esencias, pero ahora tenía una clase que dar.

Componiendo nuevamente la ilusión escondió sus pupilas sesgadas y la sonrisa macabra de su rostro, por el usual semblante de la vieja profesora que todos conocían. Rompió el conjuro de la puerta y entró en la clase esbozando una sonrisa mientras explicaba la misma historia que sería recordada ese año como la broma pesada de dos muchachos desconocidos…

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Profesores, by Nissa Audun está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

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