El olor del hospital se le antojaba insoportable, llevaba ya un año entrando y saliendo del mismo, entre visitas a los especialistas, visitas a urgencias, visitas de control… estaba cansada y dolorida.
Se hizo un ovillo apoyando la cabeza en el hombro de su madre que la miraba preocupada, nuevamente habían tenido que salir en plena noche a urgencias mientras los dolores le hacían retorcerse en el sitio. Siempre era lo mismo, empezaba con una sensación de malestar que iba en crescendo hasta que estallaba la primera punzada de dolor, aguantaba hasta que el dolor hacia que llamara a su madre entre sollozos. Como podía se vestía y bajaba a la calle donde su madre la recogía en coche llevandola a urgencias.
Cada paso era un tormento, cada inspiración un suplicio, mientras las oleadas de dolor recorrían su cansado cuerpo. Después pasaban por el triaje, explicaba entre jadeos lo que le ocurría y luego la espera hasta recibir el tratamiento.
A veces estaba tan cansada que se medicaba en casa y rezaba porque se pasara el ataque, para no molestar a nadie. Acostumbrándose poco a poco al dolor.
Pero esa noche no había podido aguantarlo y ahí estaban, esperando que las letras asignadas a su expediente se iluminaran en la blanca pantalla para saber a que box acudir.
Pasaron unos minutos agónicos hasta que su madre le dió un leve toque y apoyándose en esta se dirigió encorvada hacia el box pertinente. Ahora empezaba lo bueno, para darle el tratamiento tenían que ponerle la vía, anteriormente esperaba pacientemente a que le pincharan con la aguja primero en un brazo y luego en el otro, para posteriormente recibir un nuevo pinchazo en la vena de los nudillos. Ahora directamente alzaba el puño indicando que prefería que se la cogieran ahí, la última vez le habían roto la vena del brazo y había pasado casi una semana hasta que el verdugón se fue del mismo.
Esperó con calma a que le cogieran la via, apretando las mandibulas al sentir el dolor del pinchazo de la aguja. Sin mediar palabra mientras sentía el momento exacto en que la aguja atravesaba la piel, después venía el esparadrapo, la vía y aguantar hasta que le hicieran el resto de pruebas. No le daba asco ver como la sangre oscura llenaba el vial, lo que le invadía en esos momentos era una sensación de derrota. Sabía perfectamente que le ocurría, a lo largo de los años había aprendido a diferenciar cada uno de los pinchazos que recorrian su cuerpo. Ahí llegaba, la lenta espera hasta que decidían el tratamiento, nuevamente el pinchazo en la vía, el tiron de la vena y el pequeño cosquilleo en la mano mientras el medicamento se introducía en su cuerpo y empezaba a hacer efecto.
Reclinada en la silla sonrió a su madre para tranquilizarla aunque por dentro sentía mil agujas que atenazaban su estómago. Pasados quince minutos el dolor iba menguando, pero con ello llegaba el frío, empezaba a temblar incontrolablemente y tenía que pedirle a su madre que la tapara con el abrigo.
Pasados otros quince minutos sentía que el sopor la dominaba, quedandose medio dormida en la incómoda silla del box.
Una hora mas tarde podía incorporarse y esperar hasta que le dieran el alta, el personal médico siempre era más atento en urgencias, algo que agradecía intentando facilitarles el trabajo.
Y nuevamente con el parte médico de alta, el tratamiento y sin vía volvia sobre sus pasos a casa, donde se derrumbaba en la cama permaneciendo en un duerme vela toda la noche y parte del día.
Finalmente conseguía sobreponerse aunque sentía el cuerpo cansado, como si se hubiera dado una paliza en el gimnasio. Si tenía suerte y le pasaba en fin de semana podía aprovechar el sábado y domingo para descansar, coger fuerzas y estar lista para el lunes volver al trabajo.
Si tenía la desgracia de que ocurriera entre semana, solo se permitía faltar un día como mucho, dado que actualmente no se podía permitir el lujo de perder el trabajo.
Poco a poco los días iban pasando, inmersa en sus dolores, cuando no era la espalda era la cadera y si no las rodillas. El estómago o las migrañas se alternaban, día tras día, haciendo que siempre estuviera cansada.
Hacía tiempo que había perdido las ganas de quedar con sus amigos, apenas trataba con ellos más allá de unas pocas conversaciones a través del discord o del whatsapp, le cansaba sobremanera quedar a tomar algo. Con su salud, tenía que tener mucho cuidado con lo que tomaba, en resumen nada de alcohol, ni alimentos picantes, ni grasos, nada de chocolates o bollería industrial… lo que le dejaba poco más que la opción de tomarse una cocacola y unos frutos secos.
Su vida se había convertido desde hace unos años en sufrir en silencio, mostrar una sonrisa y seguir adelante.
Esa noche al volver a casa se derrumbó en la cama sollozando. Estaba harta, no podía aguantarlo más… no sólo era el dolor, era la angustia, la sensación de frustración y el asco que sentía por ella mísma.
Normalmente en esas ocasiones su pareja conseguía devolverle las fuerzas que le faltaban, pero esta vez estaba de viaje de negocios, no volvería hasta pasados unos días, por lo que sin su apoyo se vino abajo.
Era una sensación frustrante porque racionalmente, sabía que estaba rodeada de personas que se preocupaban de ella, sabía que la apoyaban y la querían, pero al mismo tiempo se sentía tremendamente sola y perdida.
¿Cómo puedes luchar contra ello? Cuando todo lo que te importa sabe amargo en tu boca, cuando cada día luchas por seguir adelante pero tu cuerpo te traiciona, cuando lo único que quieres es llorar hasta que se te agoten las lágrimas.
Lentamente la solución se filtró entre sus pensamientos, ya lo había intentado en el pasado y siempre se había sentido culpable por ello. Pero era un pensamiento que cada día era mas fuerte; se acabarían las preocupaciones, se acabaría el dolor, el asco, el miedo a fallar…
Suspiró limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, sentía los ojos arder y el dolor de cabeza que acompañaba. Por más que fuera una salida para ella, no podía hacerle eso a su familia, a su novio, a sus amigos… Cerró los ojos tratando de tranquilizarse y con gesto cansado abrió el cajón de la mesilla, donde las cajas de medicamentos se agolpaban. Las observó un momento pensativa, dudando sobre si se atrevería finalmente o no.
Cerrando los ojos empujó el cajón nuevamente apartandolas de su vista. No iba a rendirse, por más cansada de vivir que estuviera, no era una opción.
Se levantó de la cama aún bajo los efectos del tranquilizante que le dieran en el hospital, arrastrando los pies se dejó caer en la silla delante de su ordenador y encendió la máquina.
Abrió el pequeño blog donde dejaba brotar su imaginación transformando sueños y pensamientos en historias. Abrió una nueva entrada y dejó que las palabras fueran apareciendo poco a poco, una línea tras otra creando una nueva historia. Cuando estuvo satisfecha publicó la nueva entrada y apagó la máquina volviendo a la cama para desvestirse y hundirse bajo el edredón.
Mañana, sería otro día.
Mañana, será otro día by Nissa Audun está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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